Ahí estaba, comenzando mi caminata matutina como cualquier otro día.
Eso sí, esta vez más temprano de lo usual, y como ya estaba dentro del área de modos inusuales dije: “Tomare para la izquierda en lugar de la derecha”.
Comenzando entrenamiento – dijo mi celular.
En realidad, el camino era el mismo, sólo se percibía diferente.
Admiraba la tranquilidad del horizonte, y el hecho de que aún no saliera el sol permitía catalogar esa mañana como ligeramente fresca. Otra cosa inusual para ser el mes de junio.
Sigo caminando, y mi mente, talvez a manera de emboscada ante tanta perfección, decide tocar mi puerta para hacer un recuento de mi vida personal y analizar el hecho de cómo es que terminé un jueves, a las 5 de la mañana, saliendo a caminar tan despreocupadamente. Con la única responsabilidad de regresar a darle de desayunar al gato. Que, ya entrados en confianza, podría hacerlo antes de salir; pero me gusta que espere. Aún no se sí para desayunar juntos o sólo por saber que alguien me espera de vuelta en casa.
Seguí caminando, y pude ver como el cielo empezaba a pintarse de mi color favorito: amarillo.
Acto seguido, empieza una canción.
Ya sabes, de esas cargadas de historia y de momentos, donde basta escuchar el primer estribillo para que, de manera casi involuntaria, revivas y sientas en primera fila aquellas escenas de tu vida que intencionalmente mantenías alejadas.
Así que la canción inició, y junto con ella, el desfile de escenas empolvadas que había olvidado olvidar. La mía trataba de cinturas que se regalan y labios que se prestan para besar. Cosas que hasta la fecha, sigo pensando que son uno de los regalos más valiosos que alguien puede dar.
La canción siguió y la escuché.
Pasó por mi mente quitarla, pero de alguna manera se sentía como una falta de respeto a nuestra historia, así que me puse a recordarlo, a recordarnos, cuestionándome en que habíamos fallado si el amor nunca faltó. Casi podría decirse que por ese momento lo extrañé, mas no sé si lo extrañé a él, a nosotros o a lo que sentía.
"Creo que es la persona que más me ha querido en la vida" – me dije a mí misma.
"Creo que es la persona que más yo he querido en la vida" – dije después.
Mis ojos se pusieron cristalinos, mi garganta se tornó salada y mi pecho se sintió caliente.
¿Era por que el sol ya alcanzaba a verse? Porque en ese momento era sólo yo, el asfalto, el sol y claro… la canción de la cintura.
Seguí caminando, de frente al sol, casi retándolo, a punto de reclamarle una serie de cosas sin sentido cuando veo que una silueta alcanza a vislumbrarse, una masculina. Lo sabía por esa figura de triangulo que tanto me gusta en los hombres.
El hombre corría despreocupado, ligero, como en su propio mundo e incluso me pregunté si también estaría escuchando su canción.
Me quede inmersa en la imagen, contemplando el pecho de aquella silueta acercándose.
Mi mirada se había clavado ahí casi de manera involuntaria y se sentía peculiarmente atraída al símbolo que portaba aquella blanca camiseta sobre su pecho.
Con la mirada perdida e intentando descifrarlo, me puse a fantasear sobre lo lindo que sería que alguien corriera hacia a ti de esa manera: Despreocupado… ligero… libre… con su propio mundo para compartir.
La canción seguía y junto con ella la mezcla de mis sentimientos y pensares.
Recuerdo como era pasar los domingos con esa persona. Despertarme, levantarme, poner los pies sobre el piso y tomar la misma camiseta de siempre para ponérmela. Se sentía tan cómoda, tan despreocupada, tan él. Era como no traer nada y talvez por eso era mi favorita. Porque nunca importó cuantas opciones hubiera o si estaba limpia o sucia, yo siempre iba, la buscaba, la tomaba y me la ponía. Creo que esa camiseta termino siendo más mía que de él, y no sé cuál era su encanto. De hecho, realmente nunca supe lo que decía, solo sabía que era blanca y tenía un simb…
Era él. Estaba junto a mí.
Levanté la mirada, vi sus ojos y todo se pausó.
Era justo como lo recordaba, fuerte, de mirada penetrante y con sonrisa marcada.
Experimenté lo relativo del tiempo. En ese microsegundo fuimos él y yo de nuevo.
Porque ahí, envueltos en silencio y bajo la luz amarilla, nos lo dijimos todo al sostenernos la mirada.
Sabíamos que no podíamos durar en el aire para siempre, así que al tiempo que poníamos de vuelta un pie sobre el asfalto levantamos la mano, sonreímos y nos pasamos de largo.
Suspiré. Ahí estaba él. El hombre al que le había regalado mi cintura.
Giré para verlo una última vez, él giro para hacerlo también, y seguimos.
Yo con mi cintura y él con su nueva familia.
El sentimiento me acompañó hasta completar el primer kilómetro; aceptando que una parte de mí siempre estará con él y una parte suya siempre estará conmigo. Porque de eso se trata el amor, de entregarnos en pedacitos y hacernos de unos cuantos otros.
La canción llegaba a su fin y junto con ella mis ojos llorosos, quienes a manera de homenaje habían dejado caer una lagrima. Porque si, lo quise mucho, pero eso no podía ser lo más que llegaría amar.
Eso no había sucedido aún…
Cuatro kilómetros para terminar - interrumpió mi celular.
… y si, ya el camino nos lo dirá.
Sigo tratando de adivinar cual era la cancion... Solo pude insertar dos de Shakira a ver si encajaban en el relato como música de fondo...